Las diez mejores películas de Humphrey Bogart (1899-1957).



"No eres una estrella hasta que no saben escribir tu nombre en Karachi".


El halcón maltés (The Maltese Falcon, 1941), de John Huston.



El último refugio (High Sierra, 1941), de Raoul Walsh.



Casablanca (ídem, 1942), de Michael Curtiz.



Tener y no tener (To Have and Have not, 1944), de Howard Hawks.



El sueño eterno (The Big Sleep, 1946), de Howard Hawks.



La senda tenebrosa (Dark Passage, 1947), de Delmer Daves.



El tesoro de Sierra Madre (The Treasure of the Sierra Madre, 1948), de John Huston.



En un lugar solitario (In a Lonely Place, 1950), de Nicholas Ray.



La reina de África (The African Queen, 1951), de John Huston.



La condesa descalza (The Barefoot Contessa, 1954), de Joseph L. Mankiewicz.

Elysium (ídem, 2013) de Neill Blomkamp.

"Todos los hombres nacen iguales, pero es la última vez que lo son".
(Abraham Lincoln)

Año 2154. Los habitantes de la Tierra se encuentran divididos en dos grupos sociales contrapuestos: uno mayoritario que malvive sobre la devastada superficie del planeta en condiciones de superpoblación y extrema pobreza, y otro elitista que habita la lujosa estación espacial de Elysium. Max (Matt Damon), ex convicto que trabaja en una cadena de montaje, se convertirá en la única esperanza para alcanzar la igualdad entre ambos mundos.


         Eficaz distopía futurista de resonancias huxleyanas con la que Neill Blomkamp regresa a la actualidad después de haber sorprendido a parte de la crítica y el público con la interesante Distrito 9. Al igual que sucediera en su anterior trabajo, el realizador sudafricano utiliza el vistoso envoltorio que le proporciona el género de la ciencia-ficción, para denunciar de manera alegórica determinados aspectos de la sociedad actual. Siendo en este caso la desigualdad y la inmigración los principales temas que aborda. Es decir, en lugar de pateras, lo que encontramos aquí son avanzados transbordadores espaciales con los que se trata de llegar al primer mundo.


           La película goza de un muy buen ritmo, espectaculares secuencias de acción y una impactante imaginería visual (destaca el contraste entre el árido paisaje terrestre y el lujo y bienestar de Elysium). Cumpliendo con creces en su condición de blockbuster veraniego que pretende mantener a los espectadores entretenidos durante sus casi ciento diez minutos de metraje. No obstante, el desarrollo de la trama resulta en exceso previsible, dejándose arrastrar por las barrabasadas hollywoodienses (el personaje de Sharlto Copley está totalmente pasado de rosca) y el sentimentalismo en un último tramo que desmejora a la magnífica hora inicial. Una lástima, puesto que los mimbres con los que contaba Blomkamp daban para algo más que para un mero divertimento de género.


         Matt Damon está esplendido, pese a lo plano de su personaje, manteniendo al filme con su sólida composición. Nada que ver con el rostro estreñido y autoritario de una Jodie Foster, la ministra de defensa de la estación espacial, que no parece pasar por el mejor momento de su carrera.

         Lo dicho. Elysium se erige como un entretenimiento ideal para combatir el calor de este verano. No le exijan más. Ni menos.


Clásicos del western: Duelo en la alta sierra (Ride the High Country, 1962) de Sam Peckinpah.

“La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”.
(Aristóteles)

Steve Judd (Joel McCrea) y Gil Westrum (Randolph Scott) son dos viejos amigos que se reencuentran después de muchos años y deciden asociarse para trasladar un cargamento de lingotes de oro. En la tarea les acompañan Heck (Ron Starr), un joven impetuoso, y Elsa (Mariette Hartley), la hija de un granjero.


Cuando pasas el tiempo recordando a los que ya no están, cuando tienes que utilizar lentes para leer lo que antes leías sin ellas, cuando comienzas a valorar esas pequeñas cosas de la vida en las que antaño ni tan siquiera reparabas, cuando te entrometes en los asuntos amorosos de los más jóvenes, cuando notas que la espalda se te rompe al realizar un esfuerzo… cuando te sucede todo esto, es que te estás haciendo viejo. Ride the High Country es uno de los mejores títulos de Sam Peckinpah; su película más hermosa, clásica y resposada. Un inolvidable western crepuscular que retrata el final de una época, el final de unos hombres y sus códigos de vida, el final de la propia existencia.


El mayor acierto del filme radica en la elección de sus dos intérpretes principales. Tanto Joel McCrea como Randolph Scott llevaban protagonizando westerns, en su mayoría de serie B, desde la década de los cuarenta. Del primero destacaban sus trabajos para Jacques Tourneur y Raoul Walsh. Del segundo, la serie de películas que hizo junto al infravalorado Budd Boetticher. Ambos eran dos viejas glorias del género, lo que los convertía en idóneos para asumir los roles de Steve y Gil en la cinta de Peckinpah. En cierto modo, no tenían que hacer otra cosa que no fuera interpretarse a sí mismos; y lo hicieron de una manera soberbia, dotando a sus personajes de una autenticidad inaudita. La primera aparición de los dos, deja a las claras que uno y otro pertenecen a una época que ya no existe. En ese sentido, resulta muy divertida la equívoca llegada de Steve al pueblo, donde cree estar siendo recibido por sus habitantes, alineados a lo largo de una vía pública, cuando en realidad estos esperan la llegada de los participantes de una carrera. No menos irónica e ilustrativa es la presentación de Gil, quien, con un look a lo Buffalo Bill, estafa unos dólares con revólveres trucados a los que se acercan a su espectáculo de barraca de feria.


El espectacular duelo a cara de perro con los hermanos Hammond, entre los que se encuentra Warren Oates, actor fetiche del autor de Grupo salvaje, culmina en uno de los finales más tristes y conmovedores que yo haya podido contemplar en una pantalla: la despedida de dos amigos que se citan al otro lado de la orilla. Simplemente memorable.


Las diez mejores películas de Henry Fonda (1905-1982).



"Fui condenadamente afortunado por convertirme en actor. Actuar para mí es ponerme una máscara. La peor tortura que puede sucederme es no tener una máscara tras la que ocultarme".


Sólo se vive una vez (You Only Live Once, 1937), de Fritz Lang.



El joven Lincoln (Young Mr. Lincoln, 1939), de John Ford.



Las uvas de la ira (The Grapes of Wrath, 1940), de John Ford.



Las tres noches de Eva (The Lady Eve, 1941), de Preston Sturges.



Incidente en Ox-Bow (The Ox-Bow Incident, 1943), de William A. Wellman.



Pasión de los fuertes (My Darling Clementine, 1946), de John Ford.



Fort Apache (ídem, 1948), de John Ford.



Falso culpable (The Wrong Man, 1956), de Alfred Hitchcock.



12 hombres sin piedad (12 Angry Men, 1957), de Sidney Lumet.



Hasta que llegó su hora (C'era una volta il west, 1968), de Sergio Leone.

Sólo Dios perdona (Only God Forgives, 2013) de Nicolas Winding Refn.

“El arte es un acto de violencia. Mi enfoque es un poco pornográfico, lo que cuenta es lo que me excita. No puedo reprimir esta necesidad”.
(Nicolas Winding Refn)

Julian (Ryan Gosling) es un norteamericano que regenta un gimnasio de kick boxing en Bangkok, aunque sus ganancias provienen principalmente del tráfico de drogas. Tras el asesinato de su hermano mayor, un psicópata que, a su vez, había violado y matado a una joven prostituta, se verá envuelto en una espiral de venganza que parece no tener fin.


Vacía y estúpida. La nueva película del director danés Nicolas Winding Refn, es un ejercicio onanista que pretende ser hipnótico y termina siendo insustancial y aburrido. Sin ritmo, sin personajes y sin apenas historia, el filme que nos ocupa supone un continuo quiero y no puedo ensimismado en sus cuidadas imágenes de prostíbulo de lujo. Una boutade autocomplaciente que sólo satisfará a los acólitos más fanáticos del, en ocasiones, irritante autor de Drive.


Only God Forgives es una violenta historia de venganza en la que no hay buenos ni malos. En realidad, todos son unos hijos de la gran puta. Da igual que formen parte de la ley (la policía, que hace y deshace a su antojo) o se encuentren al margen de ella (el protagonista y su familia). La cosmopolita ciudad de Bangkok, cuna del sexo fácil y la prostitución de menores a ojos occidentales, sirve de escenario para la película, aunque buena parte de su acción tenga lugar en el interior de clubes nocturnos tenuemente iluminados por luces de neón de tonos rojizos y rosados. El director busca siempre crear atmósferas turbadoras a través de la gran fotografía de Larry Smith (lo mejor de la cinta) y la envolvente música de Cliff Martínez. La puesta en escena se caracteriza por un ridículo hieratismo que rebosa artificialidad. Los personajes son planos, desconocemos sus motivaciones. Los diálogos, escasos y poco inspirados. Todo queda subordinado al estilo, a la forma, al modo de filmar. El contenido importa tan poco que ni existe. Es un cine hueco y superficial. Ryan Gosling se pasa el metraje cariacontecido, alelado, como si no supiera qué hacer en ningún momento. No me extraña, el guión, escrito por el propio Winding Refn, es tan malo que da para poco más.


Y luego está el tema de la violencia explícita. ¿En verdad resulta necesario ver cómo a un tipo le arrancan los ojos? Juzguen ustedes mismos.

En definitiva, una soberana tontería con ínfulas autorales.


Las diez mejores películas del cine de vampiros.


Nosferatu, vampiro de la noche (Nosferatu: Phantom der Nacht, 1979), de Werner Herzog.



Nosferatu (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, 1922), de F. W. Murnau.



Vampyr, la bruja vampiro (Vampyr - Der Traum des Allan Grey, 1932), de Carl Th. Dreyer.



El baile de los vampiros (The Fearless Vampire Killers, or Pardon Me, But Your Teeth Are in My Neck, 1967), de Roman Polanski.



La máscara del demonio (La maschera del demonio, 1960), de Mario Bava.



Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker's Dracula, 1992), de Francis Ford Coppola.



Entrevista con el vampiro (Interview with the Vampire: The Vampire Chronicles, 1994), de Neil Jordan.



Las novias de Drácula (The Brides of Dracula, 1960), de Terence Fisher.



Drácula (Horror of Dracula, 1958), de Terence Fisher.



Drácula (Dracula, 1931), de Tod Browning.

Perdición (Double Indemnity, 1944) de Billy Wilder.

“¿Cómo iba yo a saber que a veces el asesinato tiene un aroma parecido al de la madreselva?”

Walter Neff (Fred MacMurray) es un vendedor de seguros que se enamora perdidamente de Phyllis Dietrichson (Barbara Stanwyck), la atractiva esposa de uno de los clientes de su compañía. Entre los dos elaboran un minucioso plan para asesinar a éste y así cobrar la correspondiente indemnización de la póliza contra accidentes que tiene suscrita.


Obra maestra absoluta y auténtico paradigma del género negro. Double Indemnity, adaptación de la novela homónima de James M. Cain, constituye uno de los mejores trabajos de Billy Wilder, quien trasladó el texto original a la gran pantalla con la ayuda del escritor Raymond Chandler. El resultado es un portentoso y sórdido ejercicio noir marcado por el deseo, la ambición, el asesinato, los celos, el chantaje y la traición.


Medianoche, un vehículo atraviesa a toda velocidad las calles de Los Ángeles sin respetar las señales de tráfico que encuentra en su camino. A tenor de una conducción tan temeraria, pareciera como si al conductor le fuese la vida en ello. Tal vez sea así. El vehículo estaciona al lado de un edificio de oficinas. Un tipo malherido, ataviado con gabardina y sombrero oscuro, desciende lentamente de él. El portero del edificio le abre la puerta para, a continuación, acompañarlo en el ascensor hasta el piso duodécimo. Allí, el tipo en cuestión, entra en la oficina central de una compañía aseguradora. Está vacía, a excepción de tres empleados de la limpieza que realizan su trabajo en completo silencio. Nuestro hombre se dirige hacia un despacho. Abre la puerta, entra, enciende la luz y toma asiento junto a un escritorio sobre el que hay una especie de grabadora. Tras encender un cigarrillo con cierta dificultad, comienza a hablar al aparato en los siguientes términos: “Memorándum de trabajo. De Walter Neff a Barton Keyes, gerente de reclamaciones. Los Ángeles, 16 de julio de 1938. Estimado Keyes, me imagino que dirás que esto es una confesión cuando lo oigas. Bueno, no me gusta la palabra confesión. Sólo quiero dejar en claro algo que no viste porque estaba en tus narices. Crees que eres el mejor en reclamaciones, que nadie te engaña con una reclamación falsa. Quizá sea cierto, pero hablemos de la reclamación de Dietrichson. Indemnización doble por accidente. Te fue muy bien al principio, Keyes. Dijiste que no fue un accidente. Correcto. Que no fue un suicidio. Correcto. Que fue un homicidio. Correcto. Creías que lo sabías todo, ¿no? Que habías cerrado el caso sin ningún cabo suelto. Todo estaba perfecto. Pero no es así, porque cometiste un error, un pequeño error. Te equivocaste con el asesino. ¿Quieres saber quién mató a Dietrichson? Que no se te vaya a caer tu puro barato, Keyes. Yo maté a Dietrichson. Yo, Walter Neff, vendedor de seguros. 35 años de edad, soltero, sin ninguna cicatriz visible… bueno, hasta hace poco. Sí, yo lo maté. Lo maté por dinero y por una mujer. Perdí el dinero y perdí a la mujer. Estupendo, ¿no?”  Así comienza el filme, de este modo tan directo, con la confesión que Walter hace a su compañero de trabajo y amigo, Barton Keyes (Edward G. Robinson), lo que da lugar a un extenso flashback que abarca la práctica totalidad del metraje, y que se inicia en la “casona española” a la que el protagonista acude con la intención de renovar unas pólizas de automóviles que han vencido. Es ahí donde se encuentra por vez primera con Phyllis, recién salida de la ducha y envuelta en una toalla. Minutos más tarde, ésta descenderá por las escaleras de la casa luciendo una sexy cadenita al tobillo. ¡Flechazo!


Como señalaba al principio de la reseña, Perdición es un ejemplo canónico de los atributos que comúnmente adornan al género negro: la voz en off, el flashback, la mujer fatal, el ambiente urbano, la tensión, los giros inesperados de la trama, las dosis de fatalismo… Por cierto, esta vez sí que se acertó con el título en castellano, ya que confiere a la película un sentido trágico del que carecía por completo el original.

Impresionantes composiciones de Fred MacMurray, Barbara Stanwyck y Edward G. Robinson. También son dignas de mención, la expresionista fotografía en blanco y negro de John F. Seitz, y la adecuada partitura del gran Miklós Rózsa.

Lo dicho. Imprescindible.


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