Mishima: una vida en cuatro capítulos (Mishima: A Life in Four Chapters, 1985) de Paul Schrader.


El filme nos ofrece retazos de la vida y obra de Yukio Mishima (Ken Ogata), al que se considera uno de los más grandes autores literarios de la historia de Japón.


Fascinante e inspirada película biográfica sobre la controvertida figura del escritor y dramaturgo nipón Yukio Mishima, quien el 25 de Noviembre de 1970, junto con otros cuatro miembros de la Sociedad del Escudo (milicia privada formada por Mishima con el objetivo de defender los valores del Japón tradicional), asaltó en Tokio un cuartel general del ejército; y tras dar un discurso desde el balcón a las tropas allí presentes en favor de la restauración del poder del emperador, se suicidó mediante el ritual seppuku.

Aún me sorprende que la anquilosada industria de Hollywood diera vía libre a la producción de una obra tan inusual y arriesgada como la que ahora nos ocupa, aunque mucho tuvo que ver el apoyo que Schrader recibió de directores como Francis Ford Coppola o George Lucas, que ejercieron como productores ejecutivos de la misma. El propio Schrader y su hermano Leonard, escribieron conjuntamente el complejo guión que nos introduce en el mundo interior de este contradictorio y peculiar personaje.

La cinta, rodada íntegramente en japonés, se estructura en cuatro capítulos (Belleza, Arte, Acción y Armonía de la pluma y la espada) en los que se alternan presente, pasado y evocaciones de algunas de las obras de Mishima.


El tiempo presente se reduce a las últimas horas de la vida del escritor, horas en las que ejecutó, con la ayuda de sus acólitos, el minucioso plan anteriormente citado. En el transcurso de las mismas, su reflexiva voz en off (en el estreno americano se utilizó la voz en inglés de Roy Scheider en lugar de la de Ken Ogata) nos conduce a través su pasado, filmado en un sobrio blanco y negro. Se nos muestran escenas de su infancia, marcada por el excesivo proteccionismo al que lo sometió su abuela; de su adolescencia, donde descubre su vocación artística y su incipiente homosexualidad; de su juventud, en la que alcanza el éxito y reprime su yo bajo máscaras sociales; y de su madurez, durante la que extrema y radicaliza sus ideas y obsesiones. Schrader también rememora varios de sus trabajos literarios (El pabellón de oro, La casa de Kyoko y Caballos desbocados) mediante una experimental e inventiva puesta en escena caracterizada por unos decorados coloridos y minimalistas. En estas representaciones advertimos el afán rebelde de Mishima, su fetichista atracción por la muerte y el desencanto que le producía vivir en una sociedad carente de espiritualidad y ajena a los valores tradicionales del país del sol naciente.


Cabe destacar, la excelente fotografía de John Bailey, el sólido trabajo interpretativo de Ken Ogata y la inolvidable partitura de Philip Glass.

No dejen de visionar Mishima: A Life in Four Chapters, uno de los filmes más originales y destacados del cine norteamericano de los años ochenta.

2 comentarios:

  1. Hola, Ricardo: Hubiera necesitado yo leer este comentario antes del sábado; porque casualmente estuvieron pasando esta película ese día por BTV (Barcelona televisión); tal vez así me hubiera fijado más en algunos detalles. Estéticamente me gustó; pero no entiendo esa fascinación por la muerte, hasta el punto de pensar que llegados a un punto de plenitud, ya no podemos hacer otra cosa que suicidarnos. Seguramente es por la diferencia entre la cultura oriental y occidental. De todas formas, siempre viene bién conocer otras formas de pensar diferentes a la nuestra.
    Un saludo

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  2. Hola, selegna:
    Desconocía esa casualidad, pero me alegra que la televisión apueste por el buen cine, ya que no suele ser lo habitual. La película de Schrader, que como bien dices es estéticamente deslumbrante, está encaminada a que, precisamente, tratemos de entender la última acción que Mishima realizó en vida: su suicidio bajo el ritual seppuku o harakiri. No hay que olvidar que Mishima tenía ascendencia samurái, y para los samuráis la muerte siempre debe suponer un acto de honor. El objetivo de Mishima, personaje bastante reaccionario y anticuado en sus ideas, no era otro que el de provocar un golpe de estado, algo que, evidentemente, no consiguió. Creo que si hay un elemento interesante en las obras que este director ha dirigido o escrito, es ese gusto por exponer personalidades contradictorias y complejas que nos hacen reflexionar más allá del propio personaje, para que tomemos conciencia del tipo de sociedad en la que vivimos; una sociedad, a juicio de Schrader, casi siempre enferma.
    Un saludo y gracias por tu comentario.

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